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Monday, December 12, 2005


Mambo
Después de permanecer durante seis horas recostado en el colchón, cansado de los ojos vidriosos llenos de arena, Pete se levantó y tomó una ducha de agua fría, frotó su cuerpo con la toalla que acumulaba ya más de dos meses de su propia suciedad y mientras secaba la humedad hacinada entre los dedos de sus pies que generalmente es la que les provocaba el mal olor, pensó en el outfit ideal para esa ocasión tan… digamos, significativa. Al salir de casa levantó la vista y observó durante unos segundos su casa, la fachada descarapelada con las esquinas resquebrajadas daban una sensación de desfachatado olvido, volteo la cara y miró el cielo nublado, entonces se percató del aire helado que circulaba por las calles y se sintió bien.

Caminaba por las cuadras de su vecindario hasta que lo venció el hastío y alzo la mano para detener un taxi:

–Voy a la calle 36, entre L. y R.- Dijo tratando de verse lo más amable.

–Súbase.

Trató de entablar una conversación de rutina pero los ánimos del conductor no eran los mejores para seguir el curso de las cosas, dirigió su vista hacia fuera de la ventana que le impedía sentir el roce del aire cuya caricia disfrutaba aún más gracias a la velocidad, respetuoso como siempre se resignó a que el resfriado del taxista se interpusiera entre su pequeño y poco importante capricho. Cinco minutos después cedió ante la necesidad de prender un cigarrillo y abrió un poco el vidrio para dejar salir al humo que ya se acumulaba en el interior e inició, a su pesar y del taxista, la forzada plática:

–Mmm… y, ¿A qué hora termina su turno?

–A las 12– Contestó con desgano el conductor, harto de los estúpidos entrometidos y deseoso de que con su actitud se terminara ahí la farsa.

– Ah.., y… ¿Qué tal le va, si sale?

– Pues, a veces si y a veces no. – Contestó parcamente.

Pete pensó que mejor sería dejarlo por la paz cuando se les emparejo otro taxi. “muerte, la muerte” leyó en los labios del otro conductor y cerró sus ojos, el taxista bajó la ventana y dijo:

– La puerta, ¡Traes la puerta abierta!

– ¡Gracias!, perdón.

– Ese pendejo, el wey también trae su puerta abierta. – Habló por fin con energía el hombre al volante dirigiéndose a Pete.

– Ah, sí, la de atrás – Abrió y cerró con calma la puerta, tiró el cigarro a medio fumar y subió por completo el vidrio de la ventana.

El silencio endulzaba el trayecto, ambos lo disfrutaban sólo que Pete se negaba de vez en cuando, decía que el hacerlo era aceptar la soledad y su apatía por convivir con otros seres si ya no humanos, al menos vivientes. Así continuaron el resto del camino.

Llegó a las tienditas de muestras médicas y cuando pagó, se dio el lujo de decirle al taxista “guarde el cambio”, jajaja, siempre, no, bueno, no siempre había querido decir eso, pero andaba de un humor lo suficiente nefasto como para que le pareciera propicio decirlo. Después se acercó a la mas fea para realizar la… ehmm… transacción:

– Buenas tardes, oiga, ¿vende así sin receta?

– ¿Qué vas a querer?

– Prozac, Valium, Diazepam… son de las que me acuerdo.

– ¿Traes con que pagar?

– ¿Me las va a vender?

– Hay mucho pinche loco suelto – dijo y se dirigió al fondo de la tienda, salio con un par de frascos y una cajita. – Son $XXX.XX, ¡aguas con un pasón!

Pensó en decir que no eran para él, pero simplemente pagó, sonrió y se fue a la calle mientras guardaba la compra en sus bolsillos. Caminó al centro de la cuidad en lo que decidía que hacer con el resto de su día. Estaba seriamente decidido a contratar una puta, sin embargo coger nunca fue la gran cosa, al menos no tanto como emborracharse hasta sudar frió mientras sus amigos intentaban cuidarlo, entonces repensó la decisión. Si coger por amor había resultado en el mejor de los casos en algo chistoso, y hacerlo por caliente no se sentía nada mas que… coger, ni el gasto valía la pena. Jodido por recordar sus experiencias pasadas con mujeres fue a la vinatería y se compro una botella del whisky más barato que había, se lo entregaron en una bolsa de plástico negra y empezó a caminar.

Y caminó, y después, caminó un poco más.

Y siguió caminando hasta dar a la puerta del “Titanic”, entró, vio tres o cuatro gordas con marcas de cesárea bajo su ombligo, bebió dos cervezas, fumó y salio. Sorprendido por no haber tenido una siquiera leve erección durante el espectáculo ya que generalmente las cosas raras lo excitaban, volvio a pensar en sus mujeres y concluyó que a las que había amado fue por eso, por ser de alguna manera, bueno, de cualquier manera, poco comunes. Siguió a pié con su cara amable detrás de la espesa barba que le cubría la mayor parte del rostro, la gente se acercaba a Pete para pedirle cosas, le pedían la hora, dinero, direcciones, que les cruzara de la mano calles, que si sabía a que hora empezaba el concierto de sabequién y al sentarse en una banca de la plaza hasta remedios para la gripe. Cansado de su día tan común como los miles anteriores tomó ánimos para volver a casa.

Pete caminó hasta su casa, y no porque no le hubiera sobrado dinero para el taxi, de hecho, de haber querido hasta una limusina pudo rentar, pero le gustaba caminar. Era simple el muchacho pues: alcohol, libros, mujeres, caminar, música y estética era lo que le gustaba, y sobre todo pensar en ello (“elucubrar” era una palabra que tenía tiempo rondando su pensamiento). Así, caminando y pensando volvió casi sin darse cuenta hasta la puerta de su casa, abrió, dejó sobre la mesa la bolsa negra y entró al baño. Mientras dejaba correr al agua sobre los pequeños cuadritos de cerámica del suelo esperando a que ésta saliera caliente sentó sus nalgas en el retrete, hizo lo que tenía que hacer y después se bañó con un agua que al tocar su piel despedía un fino vapor grisáceo. Su humor rancio se quedaba nuevamente entre el montón de hilos que formaban su toalla y que hacía ya más de dos meses y casi un día que no lavaba. Desnudo salió al patio a colgar el harapo ese apestoso cuando una corriente helada lo obligó a apresurar la acción por lo que aventó el trapo al tendedero y cerró la puerta. Al llegar a su recamara para vestirse recordó las pastillas, levantó el pantalón que permanecía en el piso del cuarto de baño y sacó los frascos y la cajita, se puso el pantalón y fue a la cocina por un vaso y cubos de hielo, volvió a la mesa a servirse el whisky que acabó de un solo trago e inmediatamente se sirvió otro. Con el vaso en mano fue al estéreo y los Portishead comenzaron a sonar con su To kill a dead man, ya hasta el querer ser irónico sonaba a cliché pero no le importó así que subió el volumen y regresó a la mesa, abrió frascos y cajita y entonces, una vez más (deseoso de que fuera la última), se sintió decepcionado de sí mismo por poco previsor y de los demás por verle la cara de pendejo.

Espero unos segundos, alzó la vista al techo y pidió a nadie que ocho pastillas fueran suficientes, cerró los ojos y comenzó: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Sólo quedaba esperar, a que eso funcionara o a que el disco no se rayara de tanto repeat por si fallaba.

posted by Adrian
3:11 PM

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